Embaucadora rutina

por Lilián Pallares

palabra que ni escrita al revés produce calma.

De verdad, ¿Por qué lo hacemos? ¿Lo saben? ¿Es tan vital programar cada paso que vamos a dar? ¿Es quizá vivir cada día una rutina?

Perder el control, la incertidumbre, la estupefacción, ¿por qué nos asusta? ¿acaso no resulta motivante estar abiertos a nuevas experiencias que desordenen nuestra sistemática agenda?

El orden repetitivo de los días, uno tras otro como toneladas de tiempo que nos rompen la espalda y congelan el cerebro, es la rutina, el gran fantasma que nos habita y se apodera de nuestra voluntad. Y es que muchas veces sin apenas darnos cuenta nos convertimos en coleccionistas de costumbres y somos como esos cuadernos empolvados y predecibles que ya ni siquiera ameritan una segunda lectura.

Por curiosidad, ¿les ha ocurrido que los días más extraordinarios de sus vidas han sido aquellos en los que sin oponer resistencia todo fue inesperado? Es lo que llamaría el inminente asalto de la belleza: momentos fugaces que no podemos retener ni controlar, pero que suceden de manera espontánea sin que intervenga nuestra mente limitada.

Confieso que me encantan las conversaciones que de manera imprevista comienzan con la frase “¿Adivina lo que me ha pasado hoy?” A partir de allí todo son autopistas. Sinceramente prefiero ese estado de expectación a tener que escuchar o pronunciar la cortante expresión: “¿qué te voy a contar? lo mismo de siempre”.

Un viernes por la tarde, mientras almorzaba con mi esposo, el me sugirió practicar la anti-rutina. ¿Qué es eso, cómo se ejercita y a qué horas? le pregunté. Les aseguro que en ese momento mi única certeza fue pasar por alto todas las contraindicaciones del sistema y cualquier tipo de sabotaje mental. Me urgía tanto como el postre y al café, pero de inmediato caí en cuenta de que no hay un manual de instrucciones para lograrlo, es más, había que deshacerse del manual y punto. No somos aparatos que funcionan según el paso 1, paso 2, paso 3… ¡Al diablo los métodos y sus seguidores! pensé.

La rutina paraliza al que la padece, al que sin pasión ve como no sucede la vida, al que cada noche repite su muerte sin reflexión alguna, al que la palabra hastío le resulta tan familiar como decir pan o leche. Sólo el que la conoce de cerca la odia o en otros casos le tranquiliza, también hay quienes la rompen yéndose decididamente de vacaciones o la usan como un mecanismo de defensa ante los imprevistos; no falta a quien le sirva para ahorrar tiempo y subsistir dentro del esquema, para sentirse partícipes de un mundo frenético en el que hacer un corte en el tiempo, meditar y relajarse es una ardua travesía.

En cierta manera todos compartimos la rutina, ya sea en el ámbito laboral, social, cultural o personal. Ella, como es habitual, permanece sentada en su silla con las piernas cruzadas y los cordones bien atados, quietecita, dispuesta a embaucarnos con el mismo repertorio de siempre.




Publicado originalmente en El mosquitero – EntreTanto Magazine, 7 octubre 2013